En la
actualidad, resulta cada vez más frecuente escuchar las dificultades que los
padres manifiestan respecto de la crianza de sus hijos. Las diversas
manifestaciones que niños y niñas expresan tienden a producir un efecto de
desorientación. Niños y niñas que parecieran tornarse incomprensibles para sus
padres y que de continuo parecieran prodigar más problemas que felicidades.
Cuestionada la autoridad de cada uno como padre y madre, la pregunta por los
límites hace su entrada. ¿Cuánto malcriar, aguantar? Rápidamente estas
preguntas transitan hacia la urgencia de la respuesta, cuestión que se ve
fácilmente acentuada cuando la escuela ejerce presión y demanda una solución.
En una
época en que "el Otro no existe", como dice el psicoanalista francés
Jaques Alain Miller, se ha visto modificada la creencia en la palabra, no sólo
la propia sino la de los otros quienes están puestos ahí junto a nosotros, lo
que trae indudablemente consecuencias en la manera en cómo hoy se sostienen los
lazos entre los miembros del grupo familiar.
Hasta
hace no demasiado tiempo atrás, la forma predominante de resolver las
dificultades inherentes al proceso de acompañar el crecimiento de un hijo o
hija, se encontraba más del lado de ir a buscar la experiencia de otro miembro
de la familia, por lo general la madre o la abuela, quienes podían transmitir
algo de su experiencia y saber respecto de cómo pudieron o no resolver los
desafíos planteados. Otras alternativas se producían en el encuentro con otras
madres y padres, quienes desde una cierta posición de simetría, podían cada uno
dar cuenta de sus acierto y errores, lo que funcionaba y lo que no. Estos
ejercicios de discurso, de palabra que por cierto son muy importantes y
difundidos hoy, han ido declinando en favor de una incipiente forma de
encontrar respuesta a las interrogantes que plantea la parentalidad.
Ha
ocurrido un desplazamiento marcado por el ascenso de lo que me atrevería a
nombrar como las disciplinas de la puericultura y el conocimiento de la
infancia. El siglo XX fue prolífero en producir teorías acerca de los niños y
niñas, lo que no puede ser entendido fuera del contexto de los distintos
eventos ocurridos: guerras que producían separaciones prolongadas entre niños y
padres, violencia en el contexto de la familia, dificultades escolares, entre
otras, que hicieron necesario pensar cómo proveer de bienestar a sujetos que
expresaban, la mayor parte de las veces a través de su conducta, sufrimientos y
fenómenos afectivos incomprensibles. Si bien estos conocimientos son un acervo
cultural innegable, se han ido produciendo ciertos efectos que no han sido del
todo positivos, por lo menos en lo que respecta a su uso actual, que tiende a
la clasificación y segregación. Esta dimensión técnica del conocimiento se
revela a cada instante.
Hoy,
estos conocimientos se han masificado, alcanzando un consumo insospechado por
parte de los adultos: libros de ayuda para la crianza, notas en los diarios
sobre el desarrollo de niños y niñas, técnicas del dormir, de alimentar; los
padres y madres ideales, sin fallas ni problemas, son el modelo de estos
modernos cuentos de la ciencia. Sin embargo, se observa claramente que lejos de
producir alivio, por cierto no para todos, se produce algo que podríamos llamar
un efecto paradojal: un idea de inhabilidad, de no ser capaces y experimentar
una continua frustración; desorientación.
La
inhabilidad parental, concepto tan vacío como operativo en las intervenciones
actuales en torno a la infancia, se ha constituido desde las ciencias sociales
-particularmente de la disciplina psicológica- como el parámetro bajo el cual
se legitima un violento cuestionamiento a las formas de hacer familia, más
precisamente, los modos de hacer parentalidad.
Borradas
las diferencias entre un libro y algunas consultas con un psicólogo, pues en
ambos se encontrará una respuesta, un conocimiento de cómo ser padres -y
evidentemente, cómo se es niño o niña- se produce una fractura en la forma de
lazo que cada familia posee. La abuela ya no tiene la razón, ni la madre, ni el
padre, ni los otros en general. La razón queda del lado de las tecnologías de
la crianza, por parafrasear a Foucault.
Frente a
este nuevo amo de la época, que expropia el saber singular que cada sujeto
posee inserto en una historia de filiación, el psicoanálisis se advierte
proporcionando un espacio para ir en la búsqueda de ese saber inconsciente.
Subvertir estos efectos que permitan devolver a los padres esa capacidad de
pensar y encontrar soluciones ajustadas a sus experiencias.
Una madre
angustiada por su bebé de poco más de 1 año, me preguntó en una oportunidad ¿cómo hago dormir a mi hija?, a lo que le
respondí ¿cómo la hicieron dormir a usted? Bastó esta pregunta para que
recordará una serie de canciones infantiles con que sus padres la acompañaban
al momento de conciliar el sueño. A partir de allí utilizó estas melodías para
calmar a su hija, quien progresivamente y no sin dificultades, logró hacerlo.
Sin embargo, es esta mujer que en tanto hija, fue acunada por las canciones de
sus padres, encontrando una respuesta afectiva de sostén para ejercer su
función de madre.
Dar lugar
al sujeto, haciendo un obstáculo al "para todos" actual, es una
posición que el psicoanálisis sostiene con convicción. Un ética y política de
la singularidad, con lo ineliminable de cada uno, sin lo cual se hace imposible
pensar el lazo con los otros.
Francisco
Aliste
Miembro
ALP
Una excelente articulación entre el marketing tecnocrático de la puericultura actual y cómo el psicoanálisis lacaniano intenta responder a ello.
ResponderEliminarSaludos,
José Luis Obaid.