13 de mayo de 2014

Homoparentalidad y Psicoanálisis

Entre los tristes indicadores de desigualdad que evidencian la precariedad del desarrollo, no económico sino social y cultural de nuestro país, se instalan debates políticos que en contraste parecieran más bien “vanguardistas”. Tenemos, por ejemplo, el arduo debate en torno a la marihuana que se ha centrado particularmente en la tipificación penal de ésta pero que a la vez abre la posibilidad de que algunas voces instalen la discusión respecto del uso de dicha droga promoviendo un viraje que va desde una perspectiva jurídico-penal a una perspectiva de salud, que me parece es una orientación.

Por otra parte, se debate, y no hace poco tiempo, pues cabe recordar que fue un compromiso de campaña del ex presidente Sebastián Piñera, en relación a lo que se ha nombrado como Acuerdo de Vida en Pareja (AVP). Es decir, que el Estado de Chile no sólo reconoce sino que a la vez avala la posibilidad de que dos personas del mismo sexo puedan constituirse como pareja en igualdad de condiciones que las parejas heterosexuales ante la ley. Ahora bien, al menos desde mi perspectiva, la discusión se traba y los fantasmas comienzan a operar cuando se cae en cuenta de que dicho reconocimiento no dice relación sólo con la importancia y la necesidad de un contrato que garantice la justa distribución o herencia de los bienes adquiridos, por ejemplo, en caso de fallecimiento de alguno de los miembros de la pareja. Sino que a la vez habrá que reconocer otro tipo de “bienes” que no son del orden de lo material, es decir, hijos nacidos dentro de esas relaciones de pareja o aquellos niños que han sido criados en un contexto de homoparentalidad y que por ello son igualmente sujetos de derecho. De allí la importancia que los movimientos sociales que han impulsado el debate pongan énfasis en que no haya reparo en llamar matrimonio a aquello que por eufemismos llaman AVP, pues da cuenta de lo familiar que está realmente en juego.

Aquí es donde la discusión se vuelve confusa como efecto de argumentos que por lo general buscan salvaguardar posiciones ideológicas fundamentadas en imperativos. Se habla, por ejemplo, de la discriminación que podría sufrir un niño. Pues bien, en la actualidad las consultas ya cuentan con niños que son discriminados por diversos motivos. Se habla también de los “conflictos psicológicos” que podrían acontecer en los niños o jóvenes provenientes de familias homoparentales. Pues bien, en las consultas ya hay niños y jóvenes que padecen “conflictos psicológicos” y que en su mayoría provienen de familias heterosexuales. Por último, y echando mano a la ignorancia más pedestre, se habla de la “alta probabilidad” de que los niños nacidos o criados en familias homoparentales se inclinen o incluso determinen su orientación sexual hacia lo homo. Pues bien, en las consultas ya hay pacientes homosexuales que justamente provienen en su mayoría de familias heterosexuales y que sus “conflictos psicológicos” no dicen relación con su orientación sexual precisamente, sino, por ejemplo, con preguntas respecto del lugar en el Otro.

Son varias las cosas que llaman la atención, pero en particular el capricho y la pretensión en que muchas veces descansa la legalidad o las leyes en sí. Me parece caprichoso y pretensioso creer que a partir de algunas normativas legales se edifican o construyen realidades. Por el contrario, las leyes y las normativas operan o intentan operar sobre un real que ya está, un real que responde a la contingencia y el acontecimiento. Sobre ello los psicoanalistas y el psicoanálisis tienen mucho que decir, pues traen una buena nueva: la realidad sexual ha dado paso a las realidades sexuales y la configuración familiar clásica ha dado paso a nuevas configuraciones familiares que ya están en nuestras consultas. Hombres y mujeres homosexuales no esperan una ley para hacer pareja y tampoco esperan una ley para tener sus hijos o criar sus hijos en el seno de dichas relaciones. Esos hombres y mujeres ya están en las consultas y esos hijos serán algunos de nuestros futuros pacientes, frente a los cuales el psicoanálisis deberá responder con la escucha ética del sujeto como el fundamento de su doctrina y su práctica.

Lo político deriva de la polis, es decir de la ciudad y los efectos que las agitaciones ciudadanas concitan. Reducir lo político al debate ideológico-partidista es negar, resistirse, al malestar de los sujetos, de los ciudadanos que la causan. Malestar que inaugura la escucha de lo singular en la ciudad y su época, propia del psicoanálisis.
José Luis Obaid
ALP Chile

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